Otra rayita para la tigreza.
Casi dos meses después del
terremoto del 19 de septiembre en la Ciudad de México, mis hijos regresaron al
CENDI, ya habíamos platicado con el cachorro y se mostraba más interesado,
quería volver a ver a sus maestras y sus compañeros; yo sabía que la cachorrita
era el menor de los problemas, en cuanto vio el chaleco con su gafete, se puso
contenta.
Planeamos bien el regreso, nos
levantamos temprano, teníamos todo listo, salimos a tiempo y encontramos taxi
de inmediato, llegamos temprano y pasamos a dejar a los cachorros a sus
respectivas salas, las maestras de la sala del cachorro no habían llegado, así
que se quedó con los niños de la otra sala de Preescolar I, un poco confuso
pero decidido a quedarse.
Más o menos a las 10:30 am,
recibo la llamada de mi esposo que me dice: -llamaron del CENDI, que vayamos
por el cachorro porque tiene liendres-.
Se me subieron los colores a la
cara, me enoje, me desconcerté, me sentí apenadísima, en conclusión, me sentí una
MALAMADRE. ¿Cómo es posible que mi hijo tenga liendres? ¿En qué momento pasó
esto? ¿En el parque, en los juegos del restaurante? ¿En la casa de mis suegra
con sus primas? ¿En el metro? ¿Cómo es posible que no me diera cuenta y lo dejé
así en la escuela? ¿Pero si nos bañamos y le lave la cabeza como siempre?
Le pedí al papá oso que le
revisara bien y que se asegurara que no era mala disposición de las maestras,
pues acabamos de volver a clases y ya nos devuelven al niño a casa, trae el
pelo un poco largo pero no es para tanto.
Cuando hijos y padre, volvieron a
casa, pues tuvieron que regresarse los tres, me confirma que efectivamente
traía unas liendrecillas, le pidieron que se las fuera quitando con las manos y
con la liendrera (es un peinecillo de cerdas muy juntitas que atrapan las
liendres), sin el shampoo porque no lo ameritaba. Después de descargar mi furia
en el papá oso, que no la debe ni la teme, llamé a mi mamá, si, casi nunca lo
hago, de hecho no me gusta hacerlo, pero estaba tan enojada que quería oír las
palabras que confirmaran mis teorías y claro mi exageración ante las
situaciones, esa que de ella misma aprendí. Cumplió su cometido, de no haber
sido porque mi hermana se sentía mal, mi madre hubiera salido corriendo a
comprar ella misma el shampoo y el peinecillo y con sus propias manos
asegurarse de exterminar de la cabeza de mi hijo hasta la última pelusa, ya ni
decir de las liendres, pero la calme, le dije que sólo me hacía falta confirmar
y que no se preocupara, yo lo atendería.
Estuve casi todo el día ansiosa
con ganas de salir del trabajo para ir a ver a mi cachorro, llena de vergüenza,
enojo y ganas de rascarme la cabeza (sé que a ustedes les está pasando lo
mismo).
Cuando llegué a casa, el papá oso
ya había revisado bien a mi hijo y fuimos a comprar lo necesario para el
exterminio, todos nos revisamos y bañamos con el shampoo, se cambiaron
almohadas y ropa de cama, revisamos nuestros cepillo y peines y al siguiente
día estuvimos libres de dichos bichillos.
Hoy volvimos al CENDI, revisaron
a mi hijo y nos permitieron que asistiera
normalmente.
Sé que aquí no acaba la cosa, que
tendremos que estar monitoreando la cabeza de ambos cachorros para evitar el
resurgimiento, ahora seré muchísimo más obsesiva, ya no cuidadosa.
Yo sigo con la sensación de “son
una MALAMADRE”, independientemente de buscar dónde fue que se coló en la cabeza
de mi hijo ese bichillo, sigo con la culpa de no haberme dado cuenta y de no
haber tomado las precauciones debidas.
Una rayita más a la tigresa, una anécdota más, que me
prometí a mí misma, jamás me vuelve a suceder.
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